sábado, 16 de agosto de 2014

EL DILEMA DE LA LIBERTAD

Corría y corría. No paraba de correr. Sudaba. Frío. Y caliente a la vez. No miraba para atrás pero sentía la respiración de los perros que lo venían persiguiendo. Y de las botas, y de los palos y los metales que venían barriendo con todo a su paso para alcanzarlo. Veinte semanas esperando lo que no podía esperar más. Veinte semanas y un poco más también. Porque antes de escapar del penal de máxima seguridad tuvo que sortear muchos obstáculos. Tuvo que correr entre el escaso follaje, tuvo que cruzar terreno pantanoso, un afluente, una caño de desagües cloacales, un pasaje cavado en tierras desmoronables, una habitación fría y húmeda toda revestida por completo de láminas de roca, y guardias, y horarios, y herramientas para fabricar otras, y el desarrollo del plan, y el silencio, y las trampas, y la manera de evitar controles, y el permanecer en el lugar sabiendo que escaparía, y que no sabría si pudiera lograrlo hasta que lo hubiera realizado y estuviera a salvo, y la idea, y las ganas de llevarla a cabo. Y días y noches trabajando a destajo, y sin dormir, para ganarse la libertad.
Y en ese momento mientras estaba corriendo le empezó a pasar por la cabeza que ya no sabía para qué quería tanta libertad. Se encontró pensando que era demasiada, y que no podría con tanto, y a parte, ¿para qué? Porque de una forma u otra lo atraparían algún día, y tanta libertad de poder hacer lo que quisiera, sin dañar a nadie por supuesto, y hacer esa nueva vida no le servía de nada porque no podría disfrutar plenamente del lugar que lo estaba rodeando y que se estaba perdiendo de sentir y de vivir, queriendo aspirar por primera vez el fresco aire nocturno. Y empezó a trotar y empezó a caminar y llegó al acantilado. Y en el borde de la cornisa se dio vuelta y miró a sus perseguidores y les dijo: “Vivir y morir, para mí es lo mismo, dado que ustedes no me quieren libre, si el vivir significará está monotonía de vivir de esta manera, vivir así es morir, prefiero entregarme a la incertidumbre de la muerte o del abismo, que significa no saber qué me va a ocurrir mientras este cayendo, arriba o abajo o vaya uno a saber dónde, ¡¡¡Libertad hasta la médula!!!”.


Y se arrojó.




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