Un techo viejo es la pantalla de cine de las películas que se suceden a través de mis ojos. Estoy acostado, o mejor dicho tirado en el suelo de mi cuarto. El piso está frío y un poco húmedo además. La puerta está entre abierta y algunas luces se dejan ver y dibujan en las paredes figuras irreconocibles. Otras sombras persiguen a esas luces. La cama está hecha pero un poco desarreglada. Los libros de mi biblioteca están desparramados por el piso, algunos abiertos, dejando escapar historias y personajes fuera de ellos hasta mi memoria. Solo puedo leer sus títulos, pero tan solo eso basta para que las palabras que he leído alguna vez, se aparezcan en mi mente e inevitablemente pasen rápida e instantáneamente por cada escena, por cada retrato, por cada situación peculiar. Puedo saltar de camino en camino sin necesidad de una máquina del tiempo, y sin siquiera dar vuelta una página. Todo está allí. Todo está acá.
La
ventana está entre abierta y la cortina juega con el viento. Afuera es de
noche. Adentro también. Tan sólo una luz de calle ámbar pincela de color el
lugar. Es una habitación simple con un perchero que tiene tan solo un sombrero
y algunas ropas. Una mesa pequeña despojada de elementos, y un mueble
totalmente arruinado, con los cajones desvencijados, mostrando descaradamente
mis pocas pertenencias. Pocas pero valiosas. La humedad del piso también está
en el techo formando mapas de tierras que creo nunca fueron exploradas ni por
mi ni por ningún otro inquilino que haya alquilado este lugar. Esas manchas se
hacen cada vez más grandes. Una lámpara desprovista de pantalla cuelga de un
cable negro apuntando a mi cabeza, quedando justo en medio de mi frente para
ser más exacto. Momentos antes, la silla que ahora está a mi lado destruida,
estaba junto al escritorio en el que descansaban mis papeles. Y digo
descansaban porque ahora yacen alborotados por doquier en el suelo. Un sopor se
apodera de mi cuerpo.
El
tiempo puede pasar muy rápido o muy lento, todo depende de lo que uno esté
haciendo, y en lo que uno este meditando. A veces el tiempo me parece una
eternidad, como ahora. A veces no le encuentro sentido, o casi ninguno, y a
veces todos los sentidos al mismo tiempo. ¿Quién podría haberse imaginado que
todo terminaría tan abruptamente y de ese modo…? Sin dinero, sin hogar propio y
sin perro que me ladrase.
¿Quién iba a decir
que esto iba a ocurrirme tarde o temprano? Y no es que llevara una vida de
excesos, o que fuera un individuo inadaptado o despreciable, de costumbres
exóticas, sino todo lo contrario. Por lo menos así lo pensaba yo. Aunque
pensándolo mejor, era muy obvio, aunque no quería admitirlo, mi trabajo iba
a terminar conmigo. Dudar, preguntar, e investigar como labor en cuestión lo
llevan a uno a tener una vida excéntrica, austera y a veces peligrosa, una vida
oculta. No se crea usted que la mía es una profesión fácil. Ni siquiera es bien
remunerada. Podría contarle mil anécdotas, pero todas refieren a una sola cosa:
“Somos lo que comemos”. Y no lo digo en el sentido nutricional de la frase sino
más bien en el filosófico. En mi caso nunca me nutrí de mi contexto. No es muy
sano, y por tal motivo mi decisión. Siempre fui una persona muy sana, tanto
como arriesgada. Eso precisamente es lo que me ha traído a esta situación.
Discúlpeme
que no pueda continuar con esta charla ahora. Hay gente entrando en la
habitación. Presiento que va a ser la primera y última vez que los vea. Se han
tardado demasiado en llegar. Este usted bajo la más absoluta tranquilidad, no
se desespere pensando quiénes son o que hacen aquí, porque no tiene mucha
importancia. Tampoco piense que vienen a robarme, no, no, no. Han pasado sin
siquiera preguntar. Era de esperarse. Son muy observadores y meticulosos, toman
siempre fotografías de todo. No crea que estoy loco, realmente esto es lo que
está sucediendo. Tan sólo vienen a retirar mi cuerpo de la escena del crimen.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
¿Qué sentiste?