martes, 6 de mayo de 2014

AUTOCINEMA



Un techo viejo es la pantalla de cine de las películas que se suceden a través de mis ojos. Estoy acostado, o mejor dicho tirado en el suelo de mi cuarto. El piso está frío y un poco húmedo además. La puerta está entre abierta y algunas luces se dejan ver y dibujan en las paredes figuras irreconocibles. Otras sombras persiguen a esas luces. La cama está hecha pero un poco desarreglada. Los libros de mi biblioteca están desparramados por el piso, algunos abiertos, dejando escapar historias y personajes fuera de ellos hasta mi memoria. Solo puedo leer sus títulos, pero tan solo eso basta para que las palabras que he leído alguna vez, se aparezcan en mi mente e inevitablemente pasen rápida e instantáneamente por cada escena, por cada retrato, por cada situación peculiar. Puedo saltar de camino en camino sin necesidad de una máquina del tiempo, y sin siquiera dar vuelta una página. Todo está allí. Todo está acá.
La ventana está entre abierta y la cortina juega con el viento. Afuera es de noche. Adentro también. Tan sólo una luz de calle ámbar pincela de color el lugar. Es una habitación simple con un perchero que tiene tan solo un sombrero y algunas ropas. Una mesa pequeña despojada de elementos, y un mueble totalmente arruinado, con los cajones desvencijados, mostrando descaradamente mis pocas pertenencias. Pocas pero valiosas. La humedad del piso también está en el techo formando mapas de tierras que creo nunca fueron exploradas ni por mi ni por ningún otro inquilino que haya alquilado este lugar. Esas manchas se hacen cada vez más grandes. Una lámpara desprovista de pantalla cuelga de un cable negro apuntando a mi cabeza, quedando justo en medio de mi frente para ser más exacto. Momentos antes, la silla que ahora está a mi lado destruida, estaba junto al escritorio en el que descansaban mis papeles. Y digo descansaban porque ahora yacen alborotados por doquier en el suelo. Un sopor se apodera de mi cuerpo.
El tiempo puede pasar muy rápido o muy lento, todo depende de lo que uno esté haciendo, y en lo que uno este meditando. A veces el tiempo me parece una eternidad, como ahora. A veces no le encuentro sentido, o casi ninguno, y a veces todos los sentidos al mismo tiempo. ¿Quién podría haberse imaginado que todo terminaría tan abruptamente y de ese modo…? Sin dinero, sin hogar propio y sin perro que me ladrase.
          ¿Quién iba a decir que esto iba a ocurrirme tarde o temprano? Y no es que llevara una vida de excesos, o que fuera un individuo inadaptado o despreciable, de costumbres exóticas, sino todo lo contrario. Por lo menos así lo pensaba yo. Aunque pensándolo mejor, era muy obvio, aunque no quería admitirlo, mi trabajo iba a terminar conmigo. Dudar, preguntar, e investigar como labor en cuestión lo llevan a uno a tener una vida excéntrica, austera y a veces peligrosa, una vida oculta. No se crea usted que la mía es una profesión fácil. Ni siquiera es bien remunerada. Podría contarle mil anécdotas, pero todas refieren a una sola cosa: “Somos lo que comemos”. Y no lo digo en el sentido nutricional de la frase sino más bien en el filosófico. En mi caso nunca me nutrí de mi contexto. No es muy sano, y por tal motivo mi decisión. Siempre fui una persona muy sana, tanto como arriesgada. Eso precisamente es lo que me ha traído a esta situación.
Discúlpeme que no pueda continuar con esta charla ahora. Hay gente entrando en la habitación. Presiento que va a ser la primera y última vez que los vea. Se han tardado demasiado en llegar. Este usted bajo la más absoluta tranquilidad, no se desespere pensando quiénes son o que hacen aquí, porque no tiene mucha importancia. Tampoco piense que vienen a robarme, no, no, no. Han pasado sin siquiera preguntar. Era de esperarse. Son muy observadores y meticulosos, toman siempre fotografías de todo. No crea que estoy loco, realmente esto es lo que está sucediendo. Tan sólo vienen a retirar mi cuerpo de la escena del crimen.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario

¿Qué sentiste?