Llegar
a conocerse a uno mismo, a los otros, al contexto inmediato y la realidad
entendida como los que nos pasa y le pasa al mundo diariamente, y descubrir los
mecanismos mediante los cuales aprendemos, nos hará libres, y en definitiva más felices, y eso es una herramienta que podemos brindarle a los demás. Así es
como siento la educación, no solo como el acto sublime de comunicar y
transmitir, y sentir lo que otros sienten y piensan, para experimentarlo con
nuestro propio cuerpo, y con los demás, sino a su vez, incentivar a otros a esa
búsqueda, tender redes de confianza y fraternidad en los otros, fuera de todo
discurso impuesto, pero desestructurando siempre y en la medida y forma y deseo,
aquello que se quiere modificar. Todo se puede, y lo que no ahora, lleva más
tiempo. Pero CREO: y este es el único dogma que me persigue. Creo en los demás,
y creo en mí, y creo en esa fuerza romántica y abrumadora, que deja su impronta
cada vez que dejamos que pase. Creo en nuestra capacidad de desear, y de
concretar lo que se desea. Pero no el deseo como una necesidad sino como una
construcción. Una construcción colectiva. Pensar, soñar y desear como un todo
onírico. Hacer, modificar y replantearse para generar el ciclo. El ciclo
necesario para darle vida a aquello que queremos. Y poner la vida, y todo
nuestro ser, en ese momento en que lo estamos haciendo, y así es como concibo
la educación. Nada más sincero, dedicado, laborioso, exhaustivo, intenso, y gratificante, que encontrarnos y encontrarse con otros actores (y no solo
nuestros compañeros de escena, de obra o de como se quiera llamar), sino
también con todas las otras partes que completan ese todo y que lo modifican.
Por
eso me parece importante centrar también la mirada en el actor/espectador, y
transportarlo a otro mundo, o a este mundo, pero hacer que levante su voz, que
ría o llore, que se emocione y cante, que se entristezca o se alegre, que no
solo piense sino que reflexione y quiera modificar aquello que le molesta, que
lo indigna o que le gusta, y que no pase inerte su cuerpo y sus deseos frente a
la vida. Lograr que cada gesto y palabra impacten en el otro como piedras y no
como un vacío. Que el sentimiento sea tan fuerte e insoportable que aplauda
hasta despellejarse las manos mientras llora riéndose, o que salga por la
puerta despedido dando un portazo. Pero en cualquiera de los casos, que la
relación de monotonía y anonimato que nos ofrece lo cotidiano y rutinario, deje
aunque sea por un momento de ocurrir, para ser transformado. Esto es lo que
quiero ser, y lo que otros me han aportado y han dejado que pueda serlo.
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